¿Hay vida después de la muerte?

Lo que continúa: Ahora bien, no todo va al panteón; hay algo que continúa, me refiero a los “valores”, tanto los positivos como los negativos, los Yoes buenos y los Yoes malos.

Ya les expliqué a ustedes que dentro de toda persona hay muchas personas, es decir, muchos Yoes. Una cosa es el “Yo envidio” y otra el “Yo no envidio”; una cosa es el “Yo amo” y otra es el “Yo no amo”; una cosa es el “Yo odio” y otra cosa es el “Yo no odio”. Todos estos defectos nos hacen entender que el Yo no existe en forma meramente

individual; el Yo es un montón de Yoes, cada uno con su propia mente, su propia voluntad y su propio sentimiento.

Esto que estamos diciendo ya está plenamente demostrado; la prueba la tienen ustedes en que nadie es el mismo ni siquiera por media hora.

Conclusión: la muerte en sí misma es una resta de quebrados; terminada la operación matemática, lo único que quedan son esos “valores”, es decir, cierta suma de Yoes diablos que personifican nuestros defectos psicológicos.

La eternidad se los traga, los devora. En la luz astral nuestros valores se atraen y repelen de acuerdo con las leyes de imantación universal. Estos valores a veces chocan entre sí, o simplemente se atraen o repelen.

Así, pues, eso que continúa después de la muerte no es, pues, algo muy hermoso. Aquello que no es destruido con el cuerpo físico no es más que un montón de diablos, de agregados psíquicos, de defectos; lo único decente que existe en el fondo de todas esas entidades cavernarias que constituyen el Ego, es la Esencia, la Conciencia, el Buddhata...

La muerte es el regreso al punto original de partida. Si un hombre no trabaja su propia vida y no trata de modificarla, obviamente está perdiendo el tiempo miserablemente, porque un hombre no es más que eso, lo que es su vida. Nosotros debemos trabajar nuestra propia vida para hacer de ella una obra maestra. La vida es como una película.

Cuando termina la película nos la llevamos para la eternidad; en la eternidad revivimos nuestra propia vida que acaba de pasar.

Durante los primeros días de desencarnado, el difunto suele ver la casa donde murió y hasta habita en ella. Si murió, por ejemplo, de ochenta años de edad, seguirá viviendo con sus nietos, sentándose en la mesa, etc. El Ego estará perfectamente convencido de que todavía está vivo, y no hay nada en la vida que lo logre convencer de lo contrario. Para el Ego nada ha cambiado, desgraciadamente.

Él ve la vida como siempre; sentado, por ejemplo, ante la mesa de comedor pedirá sus alimentos acostumbrados. Obviamente, no lo verán sus dolientes, pero el subconsciente de sus familiares responderá. Ese subconsciente pondrá en la mesa los indicados alimentos. Es obvio que no va a poner los alimentos físicos, porque eso sería imposible, pero sí pone formas mentales muy similares a las de los alimentos que el difunto acostumbrara a consumir.

Puede ver un velatorio el desencarnado; jamás supondría que ese velatorio tenga algo que ver con él; más bien piensa que tal velatorio corresponde a alguien que murió, a otra persona, mas nunca creería que corresponde a él. Se siente tan vivo que ni remotamente sospecha su defunción.

Si sale a la calle verá esta tan absolutamente igual que nada podría hacerle pensar que ha sucedido algo. Si va a una iglesia verá allí al cura diciendo misa, asistirá al rito, y muy tranquilo saldrá de la iglesia perfectamente convencido de que está vivo; nada podría hacerle pensar que ha muerto. Aún más, si alguien le hiciese tamaña afirmación él sonreiría escéptico, incrédulo, no aceptaría la afirmación que se le hiciese.

Como ya dijimos, en las Dimensiones Superiores del espacio viven seres inefables, Hombres, en el sentido más completo de la palabra, ángeles, arcángeles, dioses, etc., etc., etc. Cada una de esas Inteligencias Divinas desempeña una labor en el mundo que habita. Todos los procesos de la vida y de la muerte del ser humano están regidos por oleadas de estos seres inefables. Queremos en estos momentos, y a fin de ilustrar más ampliamente nuestro tema, referirnos en forma enfática a los Ángeles de la Vida y de la Muerte.

Los Ángeles que rigen los procesos de la concepción viven normalmente en la cuarta dimensión, en el mundo etérico o vital; los que gobiernan la muerte en la quinta dimensión, el famoso mundo astral del ocultismo. Los primeros conectan el Ego con el zoospermo, los segundos rompen la conexión que existe entre el Ego y el cuerpo físico.

Los Ángeles de la Vida tienen figuras de niños, saben mucho de medicina oculta, tienen poder sobre las aguas de la existencia, sobre la matriz, sobre el líquido amniótico, sobre los órganos creadores, etc.

No hay duda de que los Ángeles de la Vida trabajan con las mujeres durante el parto. Ellos pueden abrir toda matriz y ayudar en todo nacimiento; suelen ser médicos asombrosos; realmente, ellos son los encargados de conectar el hilo de la vida con el zoospermo fecundante; ellos son los agentes secretos que ayudan a toda mujer parturienta.

La criatura se gesta en el vientre, pero el alma que regresa sólo entra realmente en el cuerpo en el instante en que el niño hace la primera inhalación de aire. Comprender esto es vital e indispensable.

Así, pues, nosotros, antes de esta vida que tenemos actualmente tuvimos no solo una pasada existencia, sino muchas otras.

Los Ángeles de la Muerte, encargados de cortar el hilo de la existencia, concurren a los lechos de los agonizantes cuando llega la hora de la muerte.

En el instante preciso en que exhalamos el último aliento, el Ángel de la Muerte saca el alma del cuerpo y corta con su guadaña el cordón de plata, cierto hilo misterioso, plateado, que conecta el alma con el cuerpo físico. Tal cordón magnético se corresponde con el cordón umbilical, y puede alargarse o acortarse hasta el infinito.

El sueño se dice que es una muerte chiquita; sabido es que durante el sueño el alma no está entre el cuerpo, viaja a remotas distancias, y entonces el hilo de plata se alarga infinitamente. Gracias a tal hilo puede el alma regresar al cuerpo físico en el momento del despertar después del sueño.

Los moribundos suelen ver al Ángel de la Muerte con una figura espectral, esquelética, ataviado con los trajes funerales. Es claro que esta figura tan siniestra solo la asumen cuando están trabajando; fuera de su trabajo asumen hermosas figuras, ya de niños, ya de damas, o de venerables ancianos. Los Ángeles de la Muerte nunca son malos o perversos.

Ellos siempre trabajan de acuerdo con la Gran Ley; cada cual nace en su hora y muere exactamente en su tiempo.

En la vida práctica, el policía viste su uniforme, el médico su bata blanca, el juez su toga, el sacerdote su hábito religioso, etc. Las vestiduras funerales y la esquelética figura de los Ángeles de la Muerte horrorizan a aquellos que todavía no han despertado la Conciencia.

Los Ángeles de la Muerte son, en sí mismos, Hombres perfectos. Es muy amarga la pérdida de un ser querido, y parecería como si los Ángeles de la Muerte fuesen demasiado crueles, pero ellos realmente no lo son, aun cuando parezca increíble. Los Ángeles de la Muerte trabajan de acuerdo con la Ley, con suprema sabiduría y muchísimo amor y caridad.

Esto sólo lo podemos entender claramente cuando nos identificamos con ellos en los Mundos Internos.

Los símbolos funerales de los Ángeles de la Muerte son la hoz que siega vidas, la calavera de la muerte, el reloj de arena, la lechuza, etc. Los Ángeles de la Muerte están escalonados en forma de jerarquías. Entre ellos hay grados y grados, escalas y escalas, etc.

Los Ángeles de la Muerte tienen sus templos en el mundo astral; también tienen sus escalas, palacios y bibliotecas. Allí, en la inmensidad del gran océano de la vida, existe un palacio funeral donde tiene su morada uno de los Genios principales de la Muerte.

Su rostro es como el de una doncella inefable, y su cuerpo como el de un varón terrible.
Ese Ser maravilloso es un “andrógino divino”; bajo su dirección trabajan millares de Ángeles de la Muerte. En su biblioteca existen millares de volúmenes donde están escritos los nombres y datos kármicos de todos aquellos que deben morir, cada cual a su día y a su hora, de acuerdo con la Ley del Destino (Karma). La Ciencia de la Muerte es terriblemente divina...

Puede ser destruido un Organismo Físico (no importa la raza a la que se pertenezca), pero lo que no podríamos destruir serán los Valores Energéticos, lo que continúa más allá de la muerte son tales Valores.

Mirando las cosas desde otro ángulo diríamos que nosotros somos PUNTOS MATEMÁTICOS en el espacio, que podemos servir de vehículo a determinadas sumas de Valores; de manera que “la muerte no es más que una resta de quebrados”...