¿cuantas veces volvemos a nacer?

Mucho se ha dicho sobre la doctrina de la Transmigración de las Almas, expuesta por el señor Krishna en la tierra sagrada de los Vedas unos mil años antes de Cristo.

A cada alma se le asignan 108 existencias para su Autorrealización íntima. Aquellos que no llegan a su Autorrealización dentro del número de existencias asignadas es obvio que descienden dentro del Reino Mineral sumergido, involucionan inevitablemente dentro de las entrañas de la Tierra. Pero analicemos un poco más detalladamente esto que estamos afirmando...

El Dante Alighieri nos habla en su “Divina Comedia” de los Nueve Círculos dantescos, y él ve esos Nueve Círculos dentro del interior de la Tierra. Nuestros

antepasados de Anáhuac, en la gran Tenochtitlán, hablan claramente del Mixtlán, la región infernal que ellos también ubican en el interior mismo de nuestro globo terrestre. A diferencia de algunas otras sectas o religiones, para nuestros antepasados de Anáhuac, como hemos visto en sus códices, el paso por el Mixtlán es obligatorio, y lo consideran como un mundo de probación donde las almas son probadas, y si logran pasar por los Nueve Círculos, incuestionablemente ingresan al Edén, o sea, al Paraíso terrenal.

Para los sufís mahometanos el Infierno no es tampoco un lugar de castigo, sino de instrucción para la Conciencia y de purificación. Para el cristianismo, en todos los rincones del mundo, el Infierno es un lugar de castigo y de penas eternas. Sin embargo, el círculo secreto del cristianismo, la parte oculta de la religión cristiana, es diferente. En la parte oculta de cualquier movimiento cristiano, en la parte íntima o secreta, se encuentra la Gnosis. El Gnosticismo universal ve el Infierno no como un lugar de penas eternas y sin fin, sino como un lugar de expiación, de purificación y de ilustración a su vez para la Conciencia.

Obviamente, tiene que haber dolor en los Mundos Infiernos, puesto que la vida es terriblemente densa dentro del interior de la Tierra, y sobre todo en el Noveno Círculo, donde está ese núcleo, dijéramos, concreto de una materia terriblemente dura. Allí se sufre lo indecible; en todo caso, quienes ingresan en la Involución sumergida del Reino Mineral, tarde o temprano deben pasar por eso que se llama en el Evangelio crístico la Muerte Segunda.

No hemos pensado jamás en el Gnosticismo universal, al estudiar esta cuestión del Infernus dantesco, en que no tenga un límite el castigo.

Consideramos que Dios, siendo eternamente justo, no podría cobrarle a nadie más de lo que debe, pues toda culpa, por grave que sea, tiene un precio; pagado su precio parecería absurdo seguir pagando.

Aquí mismo, en nuestra justicia terrenal, que no es sino una justicia perfectamente subjetiva, vemos que si un preso entra a la cárcel por tal o cual delito, una vez que pagó su delito se le da el boleto de libertad. Ni las mismas autoridades terrenales aceptarían que un preso continuara en la cárcel después de haber pagado el delito.

Se han dado casos de presos que se acomodan tanto en la prisión que llegado el día de su salida no han querido salir, y ha habido que sacarlos a la fuerza. Así que toda falta, por muy grave que sea, tiene un precio.

Si los jueces terrenales saben esto, cuánto más no lo sabría la Justicia divinal. Por muy grave que haya sido el delito o los delitos que alguien haya cometido, pues tiene su precio; pagado el precio, está el boleto de libertad.

Si no fuera así, Dios sería entonces un gran tirano, y bien sabemos nosotros que al lado de la Justicia divina nunca falta la Misericordia. No podríamos en modo alguno calificar a Dios como un tirano; tal proceder sería blasfemar, y a nosotros, francamente, no nos gusta la blasfemia.

Así que la Muerte Segunda es el límite del castigo en el Infernus dantesco. Que a ese Infernus se le llame Tártarus en Grecia, o que se le llame Averno en Roma, o Avitchi en el Indostán, o Mixtlán en la antigua Tenochtitlán, importa poco...

Cada país, cada religión, cada era o cada cultura, ha sabido de la existencia del Infernus, y lo ha calificado siempre con algún nombre. Para los antiguos habitantes de la gran Hespéride, como vemos nosotros al leer la divina “Eneida” de Virgilio, el poeta de Mantua, el Infernus es la morada de Plutón;

es en aquella región cavernosa donde Eneas el troyano encontrara a Dido, aquella reina que se mató por amor a él mismo después de haber jurado lealtad a las cenizas de Siqueo.

Entendido todo esto podemos proseguir: es obvio que la Divina Madre Kundalini, la Serpiente Ígnea de nuestros mágicos poderes, intenta lograr nuestra Autorrealización íntima durante el curso de las 108 existencias que a cada uno de nosotros nos son asignadas; ostensiblemente, dentro de tal ciclo de vidas sucesivas tenemos innumerables oportunidades para la Autorrealización; aprovecharlas es lo indicado.

Desafortunadamente, nosotros reincidimos en el error incesantemente, y el resultado, al fin, suele ser el fracaso. Resulta palmario y evidente que no todos los seres humanos quieren hollar la senda que ha de conducirlos a la Liberación final.

Los distintos mensajeros que vienen de lo alto, Profetas, Avataras, grandes Apóstoles, han querido siempre señalarnos con precisión exacta la rocallosa senda que conduce a la auténtica y legítima felicidad.

Desgraciadamente, las gentes nada quieren con la sabiduría divina, han encarcelado a los Maestros, han asesinado a los Avataras, se han bañado con la sangre de los justos; odian mortalmente todo lo que tenga sabor a divinidad.

Sin embargo, todos como Pilatos se lavan las manos, se creen santos, suponen que marchan por el camino de perfección.

No podemos negar el hecho contundente y definitivo de que existen millones de equivocados sinceros que muy honradamente presumen de virtuosos y piensan de sí mismos lo mejor.

En el Tártarus viven anacoretas de toda especie, místicos equivocados, sublimes faquires, sacerdotes de muchos cultos, penitentes de toda especie, que todo aceptarían menos la tremenda verdad de que están perdidos y que marchan por el camino de la maldad.

Con justa razón dijo el Gran Kabir Jesús: “De mil que me buscan uno me encuentra, de mil que me encuentran uno me sigue, de mil que me siguen uno es mío”.

El “Bhágavad Gita” dice textualmente lo siguiente: “Entre miles de hombres, tal vez uno intente llegar a la perfección; entre los que lo intenten, posiblemente uno logre la perfección; y entre los perfectos, quizá uno me conoce perfectamente”.

Así, pues, paciente lector, si el alma humana agota las 108 existencias, que por cierto guardan estricta concordancia matemática con el número de cuentas que forman el collar del Budha, y de acuerdo con las Leyes del Tiempo, Espacio y Movimiento, tal alma involuciona inevitablemente en el Reino Mineral sumergido hacia el centro de estabilidad planetaria, para reascender evolutivamente un poco más tarde.

Sin embargo, cualquier nuevo reascenso desde el centro de gravedad terrestre exige previa desintegración del Mí mismo, del Ego, del Yo psicológico. Esta, como hemos dicho, es la Muerte Segunda.

Como quiera que la Esencia está embotellada entre el Ego, la disolución de este último se hace indispensable a fin de que ella se libere.

En el centro de estabilidad planetaria se restaura la prístina pureza original de toda Esencia.

Ascienden aquellos que han disuelto el Ego. Descienden aquellos que no lo han disuelto. Los victoriosos se convierten en Budhas, en Maestros. Los fracasados, después de la Muerte Segunda, se transforman en Elementales de la Naturaleza.

Grave sería que el Ego no tuviera límites y continuara eternamente desarrollándose y desenvolviéndose; jamás tendría el mal del mundo límite, se extendería victorioso por los Espacios infinitos y dominaría todos los Cosmos.

En este caso sí habría injusticia. Afortunadamente, el Gran Arquitecto del Universo ha puesto un dique al mal.

Aquellos que quieran Autorrealizarse íntimamente con el propósito de evitarse el descenso a los Mundos Infiernos deben meterse por la Senda de la REVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA; esto significa separarse y apartarse completamente de la Leyes de Evolución e Involución.

Descender en el Mundo Soterrado es radicalmente diferente al ascenso evolutivo sobre la superficie de la Tierra. La recapitulación animálica en el Abismo es de tipo degenerativo, involutivo, descendente, doloroso. La recapitulación vegetaloide entre las entrañas de la Tierra es espantosa; los que por tal proceso pasan parecen más bien sombras que se deslizan por aquí, por allá y por acullá en sufrimientos inenarrables.

La recapitulación involutiva descendente mineral entre las entrañas del mundo en que vivimos es más amarga que la muerte misma; las criaturas se fosilizan, se mineralizan y se desintegran lentamente entre tormentos imposibles de explicar con palabras.

Es evidente que la destrucción del Sí mismo, la aniquilación del Ego, la disolución del Sí mismo en las regiones sumergidas del Averno, es absolutamente indispensable para la destrucción del mal dentro de cada uno de nosotros.

Obviamente, solo mediante la muerte del Ego se hace posible la liberación de la Esencia; entonces esta resurge y sale a la superficie planetaria, a la luz del sol, para reiniciar un nuevo proceso evolutivo dentro de estas dos leyes mecánicas de la Naturaleza.

El reascenso se verifica siempre atravesando los estados mineral, vegetal y animal hasta reconquistar el estado humanoide que otrora se perdiera. Es claro que con el reingreso a este estado, nuevamente se nos asignan otra vez 108 existencias, que también tienen relación con las 108 vueltas que el brahmán indostánico hace alrededor de la Vaca Sagrada, y que, si no las aprovechamos debidamente, nos conducirán por el camino descendente de regreso al Averno.

La Conciencia sufre tanto los procesos evolutivos como los involutivos.

Millones de humanoides tienen la Conciencia dormida, mas al entrar en el Abismo después de las 108 existencias despiertan inevitablemente en el mal y para el mal. Lo importante en este caso es que de todas maneras despiertan, aunque sea para justificar sus errores en los Mundos Infiernos.

Aquellos que creen llegar a la Autorrealización con el tiempo y mediante la evolución, y ganando muchas experiencias, están de hecho equivocados; estos que así piensan están aplazando el error de siglo en siglo, de existencia en existencia, y la realidad es que al fin se pierden en el Abismo.

El descenso dentro de las entrañas del Reino Mineral con el propósito de liberar la Esencia de entre los elementos indeseables que en una u otra forma se adhieren a la psiquis se repite una y otra vez hasta un total de 3.000 veces. Concluidos los 3.000 periodos de la Gran Rueda, cualquier tipo de Autorrealización íntima resulta imposible.

Sin embargo, hay en esta Ley de la Transmigración de las Almas algo que no hemos dicho; hemos citado la Ley del Eterno Retorno, hemos mencionado esotra ley conocida como Recurrencia; mas debemos aclarar que estas dos citadas leyes se desarrollan y desenvuelven sobre la línea espiral de la vida.

Esto significa que cada ciclo de manifestación se procesa en espiras o curvas cada vez más altas dentro de la gran línea espiral del Universo.

Como quiera que esto también suele ser un poco abstracto, me veo en la necesidad de aclarar mejor a fin de que todos Vds. Puedan comprender profundamente la Enseñanza.

Al escaparse la Esencia después de la Muerte Segunda, al resurgir, al salir nuevamente a la luz del sol, obviamente transformada en gnomo, habrá de reiniciar un nuevo proceso evolutivo, pero dentro de una octava superior. Esto significa que tal criatura Elemental mineral se hallará indudablemente dentro del reino mineral con un estado de Conciencia superior al que tenía cuando iniciaba evolución similar en el anterior ciclo de manifestación.

Al proseguir con estas explicaciones no deben olvidar que cualquier ciclo de manifestación incluye evoluciones en los reinos mineral, vegetal, animal y humano (en este último se nos asignan siempre 108 existencias). Si examinamos un caracol veremos, curva sobre curva, algo semejante a una escalera de tipo espiraloide; es evidente que cada uno de estos ciclos de manifestación se desarrolla en curvas cada vez más altas.

Ahora os explicaréis por qué motivo existe tanta variedad de Elementales minerales, vegetales, animales y diversos grados de inteligencia entre los humanoides.

Incuestionablemente, es muy grande la diferencia entre los Elementales minerales que por vez primera comienzan como tales y aquellos que ya han repetido el mismo proceso muchas veces.

Lo mismo podemos decir sobre los Elementales vegetales y animales, o sobre los humanoides.

Como quiera que los ciclos de manifestación son siempre 3.000, el último de estos, realmente se encuentra en una octava muy alta.

Aquellas Esencias que dentro de las 3.000 vueltas de la Rueca no lograron la Maestría, se absorben en su Chispa virginal para sumergirse definitivamente entre el seno del Espíritu Universal de vida.

Es notorio, palmario y evidente que durante los ciclos de manifestación cósmica hemos de pasar por todas las experiencias prácticas de la vida.

Indubitablemente, cualquier Esencia que haya pasado por los 3.000 ciclos de manifestación ha experimentado también 3.000 veces los horrores del Abismo y, por ende, ha mejorado y adquirido autoconciencia.

Así, pues, tales Esencias tienen de hecho pleno derecho a la felicidad divina. Desafortunadamente, no gozarán de la Maestría; no la adquirieron, y por ello no la tienen.

Ostensiblemente, no son las Chispas virginales o Mónadas Divinas las que sufren, sino la Esencia, la emanación de las citadas Chispas, lo que de Alma tenemos cada uno de nosotros.

Los dolores pasados por toda Esencia, ciertamente vienen a ser bien recompensados, porque a cambio de tantos sufrimientos se adquiere autoconciencia y felicidad sin límites Maestría es diferente; nadie podría lograr el Adeptado sin los Tres Factores de la Revolución de la Conciencia, expresados claramente por Nuestro Señor el Cristo: “El que quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.

Negarse a sí mismo significa disolución del Yo; tomar la cruz, echarla sobre nuestros hombros, representa el nacimiento alquímico, el trabajo con el Maithuna (aspecto del que hablaremos en temas posteriores); seguir al Cristo equivale a sacrificarse por la humanidad, a dar la vida para que otros vivan.

Si en 3.000 ciclos de 108 vidas cada uno no se viven estos Tres Factores de la Revolución de la Conciencia, toda puerta se cierra, y la Esencia misma, convertida en un Elemental inocente, se sumerge entre el seno de la Gran Realidad, es decir, entre el gran Alaya del Universo, entre el Espíritu Universal de vida o Parabrahman, como lo denominan los indostanos.

Quienes fracasan definitivamente, quienes no saben aprovechar las innumerables oportunidades que estos 3.000 periodos nos deparan, quedarán para siempre excluidos de la Maestría. En este último caso, aquella Chispa inmortal que todos llevamos dentro, la Mónada sublime, recoge su Esencia, es decir, sus principios anímicos, se la absorbe en sí misma, y se sumerge luego en el Espíritu Universal de vida para siempre.

Es obvio que las Mónadas fracasadas no lograron la Maestría; poseen la Felicidad divinal, mas no tienen legítima autoconciencia; son apenas Chispas de la Gran Hoguera, no pudieron convertirse en Llamas... Estas Chispas virginales ven a los Maestros, a los Dioses, en forma similar al modo en que las hormigas ven a los humanoides.

Estas Mónadas que no lograron o no quisieron la Maestría, definitivamente quedaron excluidas de toda escala jerárquica. Aclaro: no todas las Chispas inmortales, no todas las Mónadas sublimes quieren la Maestría.

Cuando alguna Mónada, cuando alguna Chispa divinal, quiere de verdad alcanzar el sublime estado de “Mónada-Maestro”, es indubitable que trabaja entonces a su Esencia, a su Alma, despertando en esta Alma infinitos anhelos de espiritualidad trascendente.